Atum, el dios del otoño, el dios
solar egipcio identificado con el sol de poniente, con el sol que va hacia las
entrañas de la tierra para ocultarse, nos bendice con sus tenues pero cálidos rayos;
aunque soslayados ya, aprovechamos su
benignidad a primerísimas horas de una tarde otoñal, dando un paseo por los
parques (como el de la Legión en Badajoz) y zonas verdes periurbanas de nuestra
ciudad. Nos invade una satisfacción casi infantil escuchar quejarse las hojas
secas que caídas ya, arrastramos con nuestros pies. Visualmente también nos seduce
y sosiega contemplar las hojas que aún penden de los árboles iluminadas a
contraluz por el sol que caído nos proporcionan cálidos colores amarillentos y
anaranjados. Un mundo y momento mágicos que intentamos inmortalizar. El hechizo
se completa con el sonido y la visión de recoletos estanques que a distintas
alturas están unidos por pequeñas casadas; ideales para practicar con la cámara
el efecto seda, dando la sensación el agua, de estar congelada.
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Demandando escenas y paisajes de
otoño, sin duda, motivos muy fotogénicos, nos salimos de la zona urbana y pateamos
rutas verdes periurbanas. Andando por la ribera del río Gévora próximo ya a
Badajoz y a su desembocadura en el Guadiana, nos topamos con el abandonado
puente de Cantillana, de tiempos de Carlos V. Otro motivo bien fotogénico donde
se conjugan la naturaleza agreste del río y la construcción humana que lo
salva. A su fotogenia contribuye su decadencia, aunque tal cosa no contribuya a
su belleza. Y es que, fotogenia y belleza no son la misma cosa. Fotogenia es el
producto de una íntima relación entre el fotógrafo y el motivo de su obra, y la
belleza… la belleza es algo que aunque intrínseco y connatural al sujeto, a la
misma no favorecen ni las huellas de la vejez y ni el abandono.