Percepciones de Lisboa como éstas son las que quedan grabadas en el imaginario del viajero: la modernidad del Parque de las Naciones, del Puente Vasco de Gama o de la plaza de toros de Campo Pequeño, contrastando con la vetustez de Alfama, que con sus calles tortuosas es la antítesis de la lineal y cuadriculada Baixa; un icono de Lisboa es sin duda su peculiar tranvía, objetivo de la cámara del turista, que por otro lado resulta muy útil para salvar los desniveles de las empinadas calles asentadas sobre las siete colinas que miran al estuario del Tajo; también los elevadores cumplirán bien esa función, como el de Santa Justa que desde la Baixa nos subirá al Barrio Alto y a Estrela; tal vez el barrio más conocido de Lisboa sea Belén con su torre emblema de la ciudad, el monasterio de los Jerónimos y el Monumento a los Descubrimientos; en este barrio haremos parada obligada en Pasteis de Belén cuyo exuberante aroma a canela nos transportará al pasado colonial portugués. De sus gentes nos llevaremos su amabilidad y buena educación, compostura que nunca perderán ni para hacernos ni para negarnos un favor, todo con paciente y metódica parsimonia. Pero Lisboa es, sobre todo, gracias a su orografía y monumentos, una ciudad con vistas: Lisboa nos ofrece múltiples miradouros y elevaciones desde donde poder contemplarla y especialmente encantadora se nos mostrará cuando el sol a su caída la inunda de suave y dorada calidez .
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