20 de enero. Piornal celebra su
fiesta mayor, San Sebastián, coincidiendo en domingo este 2013, lo que facilita
la visita de foráneos. El reloj de la torre de la iglesia marca las 12 horas y
si bien la ciclogénesis explosiva también ha afectado al valle del Jerte
azotándolo con lluvia y viento, el cielo encapotado se resiste a precipitarse, habiéndose
salvado de la lluvia los momentos cumbres de la fiesta. La plaza está
abarrotada; la iglesia también. En el atrio de la iglesia, límite entre el
espacio sagrado y el profano, se concentra la mayor tensión. Niños disfrazados de jarramplas, ajenos a la
tensión, contenida o no, que les rodea, juegan interiorizando inconscientemente
la cultura popular de su pueblo, imitando con diversión a sus mayores. (“Sebastián valeroso hoy es tu día, todos te festejamos con alegría”).
Hace doce horas exactamente, al
filo de la media noche, escuchábamos con emoción el canto de las alboradas entonadas por mujeres procesionando
por las calles de Piornal. Su afinamiento, las paradas y silencios en algunas
estrofas y el alargamiento y deje peculiar en otras nos sobrecoge; al
estremecimiento de nuestro espíritu ayuda el singular canto del niño que repite
(“al niño que repite que le diremos, que
este santo bendito le suba al cielo”).
En el atrio, “la quinta” de Jarramplas
también entona con canto desgarrador y etílico algunas “alborás”, pero de forma
jocosa y con letras burlescas. Increpan al fotógrafo que agarrado a una columna
del pórtico intenta la mejor perspectiva y le dedican una copla: “le amarraron a un tronco y allí le dieron,
la muerte con saetas, verdugos fueron…”
Se está celebrando la Misa Mayor
a San Sebastián. Momentos antes ha procesionado escoltado por las mozas
ataviadas con trajes tradicionales. Los brazos de las andas han sido subastados
y la imagen entra definitivamente en el templo, del que al finalizar el acto
religioso saldrá el ansiosamente anhelado Jarramplas. (“Salga usted Jarramplas no tenga miedo, que cuando usted salga todos corremos”).
Jarramplas sale ante el alboroto
general y casi antes de cerrarse tras de sí las puertas de la parroquia,
comienzan los disparos, de nabos y de fotografías. El aire se llena de
adrenalina, de salpicaduras de nabos al chocar contra la careta de Jarramplas y
de pequeños cristales de hielo; la nevada que comienza contribuye a aumentar la
magia del momento (“a los veinte de enero
cuando más hiela sale un capitán fuerte a poner bandera”).
Con su tambor recorre plazas y
calles. Es vitoreado y animado por los amigos más allegados. Éstos, a modo de
hermandad, lo auxilian cuando necesita ayuda y descanso; es el momento en que
Jarramplas tira las baquetas al aire y cesa la lluvia de nabos. Le quitan la
careta y le limpian la cara, formando un circulo impenetrable a su alrededor,
símbolo de la cohesión social de su generación, de su quinta. (“A la guerra a la guerra, al arma al arma,
Sebastián valeroso venció batalla”).
El mito de Jarramplas traspasa lo
local convirtiéndose en icono, es decir, en figura representativa de la
Extremadura mágica.
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