lunes, 29 de noviembre de 2010

Bodegón de otoño

La fertilidad y el vigor del verano dan paso a la muerte de la cosecha y al declive del sol. El otoño es símbolo del ocaso de la vida. También lo es de introspección, de recogimiento y de intimidad, de vida hogareña… Es época propicia para las actividades dentro del hogar como la fotografía en casa, por ejemplo componiendo sencillos bodegones. En un bodegón de otoño no puede faltar una de las frutas más representativas de este tiempo, la granada. Es una fruta atractiva, hermosa y con encanto por fuera y a la vez sorprendente por dentro. Al igual que la estación que la ve nacer también tiene un significado funerario, tal vez por la facilidad para sangrar. Pero la función simbólica es en el hombre lugar de reunión de contrarios. El símbolo es unificador de oposiciones. Los contrarios están armoniosamente unidos en el símbolo. Y así, la granada es también símbolo (quizás por la multiplicidad de granos) de fecundidad y resurrección, como el otoño es época de espera y esperanza, de preparación para el nacimiento de la luz y de la vida.

Es la granada olorosa

un cielo cristalizado.

(Cada grano es una estrella,

cada velo es un ocaso.)

De “Canción Oriental” Federico García Lorca, 1920

lunes, 22 de noviembre de 2010

Plaza Chica de Zafra



El castizo adjetivo Chica da nombre a esta coqueta plaza porticada de sabor mudéjar, que otrora fuera centro de la villa medieval, plaza del concejo y del mercado. El bullicio del mercado medieval se siente en nuestra imaginación al pasear por la silenciosa y áurea plaza en el atardecer de un día de otoño y a avivar nuestra fantasía contribuyen el contemplar la vara de Zafra a lo largo de una de las columnas de la plaza o el cuarto del almotacén, a quién imaginamos comprobando las pesas y medidas así como exigiendo los derechos de su trabajo. La plaza se me presenta como foro de relaciones personales, mercantiles y sociales, lugar de encuentro y espacio para acontecimientos de todo tipo, llena de vida y vidas que ya no son sino solamente en las historias con minúsculas que nos llegan disfrazadas de leyendas. A la memoria me acude la del Mercader de Zafra, recogida por Bonifacio Gil en su cancionero como Romance de Leonarda.



A mi padre, don Antonio, y a mi madre, doña Juana,

y, por gustos de padrino, a mí me llaman Leonarda.

He llegado a quince años con regalo de mi casa;

dispusieron de casarme con un mercader de Zafra,

y yo los he respondido que no me traten de nada,

que soy muy pequeña y niña, muy pequeñita y muchacha,

y tengo mis ojos puestos y entregadita mi alma

en el más bizarro mozo que pasea la Atalaya;

toda la noche le tengo centinela a mi ventana.

El mercader, que lo supo, salió una noche de Zafra

para matar a mi amor, según la intención llevaba,

y yo, como leona herida, y yo, como leona brava,

me puse un vestido de hombre, un ceñidor con dos bandas,

con mi caballo ligero me eché por la puerta falsa.

Él corría a rienda suelta, él corría que volaba,

y dí vuelta a la ciudad y no pude encontrar nada;

al fin le vine a encontrar a la puerta de mi casa.

Le tiré un carabinazo, que a Dios entregó su alma.

Desde allí me fui a Llerena, sin reconocer ventaja;

allí me puse a servir con don Pedro Nieto Llama,

para comprar y vender todo lo que me entregaba.

Al punto me hizo un vestido de damasco de Granada,

que todas cuantas me veían quedan de mí enamoradas,

hasta la propia señora de mí queda enamorada.

Estando un día de siesta recogidita en mi cama,

vide en mi sala una sombra que para mí se acercaba.

La enseñé mi pecho blanco, que al verle se embelesaba;

se me ponen las mejilla[s] como rosas encarnada[s].

Con la soga de un caldero me eché por una ventana.

De allí me fui a Badajoz, sin reconocer ventaja,

y cogí catorce ingleses que de mí se embelesaban.

De que me ven tan valiente, por capitán me nombraban.

Ya camina el regimiento, ya camina para Zafra,

para ver los míos padres, que es cosa muy deseada.

He pedido alojamiento, de alojamiento en mi casa.

Estando un día comiendo, la patrona me miraba:

--¿Qué me mira usted, patrona, qué me mira usté a la cara?

--¿Qué quiere usted que le mire, que le mire yo a la cara?,

que esos dos hermosos ojos son de mi hija Leonarda.

--Esa mujer que usted dice en Badajo[z] fue nombrada.--

Se cayó la madre al suelo de triste y desconsolada.

--Levante, la madre mía, levante, la madre amada,

dígame, ¿don Alonso, don Alonso dónde para?

--Don Alonso se metió predicador en la Mata.

--Siete años serví al rey, siete sin ser en campaña,

siete me he de meter monja al convento Santa Clara.

--¡Oh, quién lo hubiera sabido que eras tan linda muchacha!

No te hubieras tú venido con tanta honra a mi casa.--

Ya camina el regimiento, caminan para llevarla

a meterla en un convento. Tiran tiros y descargan.






miércoles, 3 de noviembre de 2010

Dólmenes en Extremadura: culto funerario en el IV milenio A. C. y otros significados


En el área atlántica-portuguesa, en el oeste peninsular, se implanta a partir del IV milenio antes de Cristo un modelo de sepultura dolménica individual que con el paso del tiempo va dando cabida a un mayor número de individuos, por lo que se le incorpora una vía permanente de acceso, el corredor. A esta tipología, que se introduce a mediados del IV milenio, en la transición del Neolítico al Calcolítico, corresponden los dólmenes de la Aceña de la Borrega (Valencia de Alcántara): Mellizo o Anta de la Marquesa y Cajirón II. El primero con ocho ortostatos de granito y el segundo con siete, ambos con corredor, conservando la cubierta.

Múltiples son los significados de los megalitos que nos hablan de la forma de vivir, sentir y pensar de los hombres en sociedad de aquella época, pero la primera interpretación que se debe destacar es la religiosa. El hecho de que este tipo de construcciones se repitan con regularidad en distintos y distantes lugares nos hace pensar en la expansión de una nueva religiosidad procedente del Mediterráneo Oriental, e incluso de un sacerdocio profesional que es acogido por las poblaciones locales que ya tenían una visión trascendente pero que aceptan un nuevo sistema funerario.

Son tumbas dedicadas a los muertos, pero con la intención de fijar la atención de los vivos, y que tienen el propósito de marcar el territorio: la presión demográfica debido al incremento de la población provocará que estos grupos autóctonos, de vida seminómada con hábitat de escasa calidad, dedicados al pastoreo, evolucionen a la sedentarización, estando cada vez más apegado a la tierra, afianzándose la agricultura. La división territorial tendrá una expresión simbólica sobre el terreno. Terreno que el grupo ha heredado de sus ancestros con los que establece firmes lazos mediante tumbas monumentales.

Este tipo de construcciones requiere la formación de grandes grupos de trabajo, necesarios también para el ciclo anual de la producción agrícola, produciéndose una nueva reorganización social, por lo que tienen una función integradora y de cohesión social mediante la reunión en las tumbas, con actividades rituales de gran complejidad, siendo un foco de vida religiosa y social de la comunidad; también son marcos simbólicos de la formalización de instituciones pantribales (grupos mayores de parentesco o linaje) y de relaciones intertribales.

Al observar un dolmen hemos verlo como un hecho social total, que nos habla de la forma de actuar, pensar y sentir de aquel hombre en aquella sociedad, de la conciencia colectiva de aquella comunidad que se materializa en ese elemento cultural que es el megalito funerario, y del que se desprenden una red de significados e interpretaciones que trascienden lo religioso o donde lo religioso lo trasciende todo.