En el área atlántica-portuguesa, en el oeste peninsular, se implanta a partir del IV milenio antes de Cristo un modelo de sepultura dolménica individual que con el paso del tiempo va dando cabida a un mayor número de individuos, por lo que se le incorpora una vía permanente de acceso, el corredor. A esta tipología, que se introduce a mediados del IV milenio, en la transición del Neolítico al Calcolítico, corresponden los dólmenes de la Aceña de la Borrega (Valencia de Alcántara): Mellizo o Anta de la Marquesa y Cajirón II. El primero con ocho ortostatos de granito y el segundo con siete, ambos con corredor, conservando la cubierta.
Múltiples son los significados de los megalitos que nos hablan de la forma de vivir, sentir y pensar de los hombres en sociedad de aquella época, pero la primera interpretación que se debe destacar es la religiosa. El hecho de que este tipo de construcciones se repitan con regularidad en distintos y distantes lugares nos hace pensar en la expansión de una nueva religiosidad procedente del Mediterráneo Oriental, e incluso de un sacerdocio profesional que es acogido por las poblaciones locales que ya tenían una visión trascendente pero que aceptan un nuevo sistema funerario.
Son tumbas dedicadas a los muertos, pero con la intención de fijar la atención de los vivos, y que tienen el propósito de marcar el territorio: la presión demográfica debido al incremento de la población provocará que estos grupos autóctonos, de vida seminómada con hábitat de escasa calidad, dedicados al pastoreo, evolucionen a la sedentarización, estando cada vez más apegado a la tierra, afianzándose la agricultura. La división territorial tendrá una expresión simbólica sobre el terreno. Terreno que el grupo ha heredado de sus ancestros con los que establece firmes lazos mediante tumbas monumentales.
Este tipo de construcciones requiere la formación de grandes grupos de trabajo, necesarios también para el ciclo anual de la producción agrícola, produciéndose una nueva reorganización social, por lo que tienen una función integradora y de cohesión social mediante la reunión en las tumbas, con actividades rituales de gran complejidad, siendo un foco de vida religiosa y social de la comunidad; también son marcos simbólicos de la formalización de instituciones pantribales (grupos mayores de parentesco o linaje) y de relaciones intertribales.
Al observar un dolmen hemos verlo como un hecho social total, que nos habla de la forma de actuar, pensar y sentir de aquel hombre en aquella sociedad, de la conciencia colectiva de aquella comunidad que se materializa en ese elemento cultural que es el megalito funerario, y del que se desprenden una red de significados e interpretaciones que trascienden lo religioso o donde lo religioso lo trasciende todo.
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