lunes, 22 de noviembre de 2010

Plaza Chica de Zafra



El castizo adjetivo Chica da nombre a esta coqueta plaza porticada de sabor mudéjar, que otrora fuera centro de la villa medieval, plaza del concejo y del mercado. El bullicio del mercado medieval se siente en nuestra imaginación al pasear por la silenciosa y áurea plaza en el atardecer de un día de otoño y a avivar nuestra fantasía contribuyen el contemplar la vara de Zafra a lo largo de una de las columnas de la plaza o el cuarto del almotacén, a quién imaginamos comprobando las pesas y medidas así como exigiendo los derechos de su trabajo. La plaza se me presenta como foro de relaciones personales, mercantiles y sociales, lugar de encuentro y espacio para acontecimientos de todo tipo, llena de vida y vidas que ya no son sino solamente en las historias con minúsculas que nos llegan disfrazadas de leyendas. A la memoria me acude la del Mercader de Zafra, recogida por Bonifacio Gil en su cancionero como Romance de Leonarda.



A mi padre, don Antonio, y a mi madre, doña Juana,

y, por gustos de padrino, a mí me llaman Leonarda.

He llegado a quince años con regalo de mi casa;

dispusieron de casarme con un mercader de Zafra,

y yo los he respondido que no me traten de nada,

que soy muy pequeña y niña, muy pequeñita y muchacha,

y tengo mis ojos puestos y entregadita mi alma

en el más bizarro mozo que pasea la Atalaya;

toda la noche le tengo centinela a mi ventana.

El mercader, que lo supo, salió una noche de Zafra

para matar a mi amor, según la intención llevaba,

y yo, como leona herida, y yo, como leona brava,

me puse un vestido de hombre, un ceñidor con dos bandas,

con mi caballo ligero me eché por la puerta falsa.

Él corría a rienda suelta, él corría que volaba,

y dí vuelta a la ciudad y no pude encontrar nada;

al fin le vine a encontrar a la puerta de mi casa.

Le tiré un carabinazo, que a Dios entregó su alma.

Desde allí me fui a Llerena, sin reconocer ventaja;

allí me puse a servir con don Pedro Nieto Llama,

para comprar y vender todo lo que me entregaba.

Al punto me hizo un vestido de damasco de Granada,

que todas cuantas me veían quedan de mí enamoradas,

hasta la propia señora de mí queda enamorada.

Estando un día de siesta recogidita en mi cama,

vide en mi sala una sombra que para mí se acercaba.

La enseñé mi pecho blanco, que al verle se embelesaba;

se me ponen las mejilla[s] como rosas encarnada[s].

Con la soga de un caldero me eché por una ventana.

De allí me fui a Badajoz, sin reconocer ventaja,

y cogí catorce ingleses que de mí se embelesaban.

De que me ven tan valiente, por capitán me nombraban.

Ya camina el regimiento, ya camina para Zafra,

para ver los míos padres, que es cosa muy deseada.

He pedido alojamiento, de alojamiento en mi casa.

Estando un día comiendo, la patrona me miraba:

--¿Qué me mira usted, patrona, qué me mira usté a la cara?

--¿Qué quiere usted que le mire, que le mire yo a la cara?,

que esos dos hermosos ojos son de mi hija Leonarda.

--Esa mujer que usted dice en Badajo[z] fue nombrada.--

Se cayó la madre al suelo de triste y desconsolada.

--Levante, la madre mía, levante, la madre amada,

dígame, ¿don Alonso, don Alonso dónde para?

--Don Alonso se metió predicador en la Mata.

--Siete años serví al rey, siete sin ser en campaña,

siete me he de meter monja al convento Santa Clara.

--¡Oh, quién lo hubiera sabido que eras tan linda muchacha!

No te hubieras tú venido con tanta honra a mi casa.--

Ya camina el regimiento, caminan para llevarla

a meterla en un convento. Tiran tiros y descargan.






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