Recorriendo el Alto Alentejo, desde Portalegre subimos a Castelo de Vide, callejeamos por las encrespadas cuestas del barrio medieval que se extiende al pie de su castillo y para reponer fuerzas disfrutamos de la cocina casera alentejana a base de bacalao y carnes a la brasa. La bruma matinal que envolvía como un velo las montañas de la Sierra de San Mamede, da paso a una tarde abierta conforme bajamos por los hermosos valles surcados por las recién nacidas riberas, presentándose el verde paisaje en toda su exuberancia. Por su belleza y fecundidad no extraña la presencia humana desde tiempos prehistóricos.
La romanización también ha dejado abundantes vestigios y en Monforte admiramos por su bella sencillez el puente romano sobre la Ribeira Grande. En Crato nos detenemos ante la compacta fortaleza de Flor de Rosa, hoy pousada, antaño castillo, convento y palacio ducal construido en diversas épocas que conforman un conjunto ecléctico pero armonioso que exhala espiritualidad, recogimiento en su interior y ascensión en el exterior a lo que contribuye la hilera de cipreses que apuntan al cielo y que nos conducen a su entrada. Pero dejamos las grandes obras, ya que mi pasión por las cosas sencillas nos hace encaminarnos a Fronteira, pequeña población de evocador topónimo, propio de zona rayana, linde de moros y cristianos primero, y de lusos y castellanos después. Aquí pregunto a un vecino por la estación de de trenes. El amable y extrañado paisano me indica que está cerrada, que ya no está en servicio, lo que contribuye a aumentar la nostalgia que me produce todo lo relacionado con los ferrocarriles. Ante mi insistencia me orienta a la perfección y allí nos encaminamos, en busca de la estaçao dos caminhos de ferro.
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