Una pequeña comunidad de monjas carmelitas con vocación contemplativa, monástica y claustral, moran entre las paredes del Monasterio de Nuestra Señora de los Ángeles de Badajoz. Su historia se remonta al siglo XVIII cuando el obispo Malaguilla logra que las devotas, que no seguían ninguna regla determinada, del Beaterio allí ubicado, denominado de Nuestra Señora de los Ángeles o de San Antonio de Padua, adoptaran las reglas de las Religiosas Carmelitas Descalzas de la reforma de Santa Teresa. Bajo la supervisión de Malaguilla, su benefactor, se construye el convento y se amplía la capilla, considerada ésta el mejor conjunto tardo-barroco conservado en Badajoz, iglesia especialmente visitada y de forma masiva por los pacenses, en la mañana del Viernes Santo, gracias a la costumbre que aún perdura de visitar los siete Monumentos donde se expone a Jesús Sacramentado tras los oficios del Jueves Santo.
La misión de este grupo de mujeres es la oración por la Iglesia; su estilo de vida, comprometerse de por vida a un monasterio, enclaustradas, lo que favorece el ascetismo y la contemplación (“Verbi Sponsa”). La observancia de la Ley de la clausura papal obliga a una separación efectiva y no sólo simbólica del espacio, el reservado a las monjas del de los fieles y visitantes; la salida del claustro será por “causa justa y grave”; y los medios modernos de comunicación se consentirán con “prudente discernimiento y para utilidad común”.
En esa sencilla cotidianidad viven, con cristiana alegría, las monjas carmelitas de la calle López Prudencio, popularmente conocidas en Badajoz por el “pan de ángel” o los recortes, procedentes de las planchas de oblea una vez separadas las hostias.
Esa cotidianidad se rompe en ocasiones excepcionales, como cuando reciben visitas inusuales. En esta ocasión la visita es de un grupo de entusiastas y amantes del folklore de Extremadura, de sus costumbres y de sus bailes, del que me enorgullece ser su monitor, y que ofrecerán a las hermanas un nutrido repertorio de bailes de la región. Entramos por el vestíbulo del torno y accedemos al locutorio, doble estancia separada por rejas a través de las cuales las carmelitas verán nuestra actuación. Al terminar ésta nos obsequian con zumos y galletas. Gracias a su hospitalidad visitamos la capilla a la que entramos por la sacristía que también cuenta con un pequeño torno. Ya en ese cofre barroco que es la capilla, del lado del evangelio observamos las rejas que dan al coro bajo, desde donde las monjas asisten a los oficios divinos y a través de las cuales nos siguen en nuestra visita. Nos interesamos por la rigidez de la clausura y comentándonos como las normas se adaptan a los nuevos tiempos, una hermana nos enseña el antiguo comulgadero, trampilla o portezuela al lado del retablo mayor, a la altura de la cabeza, por donde asomaban la carita para recibir la comunión. Se despiden deseando que el Señor nos devuelva el ciento por uno. Gracias hermanas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario