Hay quienes tenemos vocación por Guadalupe, y en ocasiones sentimos la atrayente llamada que nos hace tomar el camino de las Villuercas. Penetramos en la Puebla por el sur, por las angosturas del recién nacido río Guadalupejo y nos sigue sorprendiendo esa obra colosal del franquismo que es el viaducto del ferrocarril; también nos provoca desazón el pensar que por allí el tren nunca pasó. A través de sus ojos se nos presenta la sierra de las Villuercas; el hecho de que en esta época esté nevada, nos seduce, y como un imán hace que sintamos deseos de adentrarnos en ella. Pero primero, y tras saludar a La Morenita, haremos parada y fonda, refrigerio a base de morcilla y bacalao rebozado, todo bien regado con vino de pitarra, y de postre un buen trozo de rosca de muédago. Pregunto al mesonero sobre la subida al pico de las Villuercas y nos anima a intentarlo, a pesar de la estrechez y mal estado de la pista que conforme asciende se vuelve resbaladiza por el hielo. Pero allí nos encaminamos, pues los inconvenientes son al mismo tiempo los alicientes. Y tras visitar la Ermita del Humilladero ascendemos los 1600 metros en ese irrefrenable deseo de tocar la blanca cima, cuyo último tramo disfrutamos andando envueltos en una tenue y mágica nevada.
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