miércoles, 13 de abril de 2011

Tres Escenificaciones de la Semana en Extremadura

La gran fiesta cristiana de la primavera, Semana Santa, acontece alrededor del primer plenilunio de primavera, por lo que la mágica Luna llena, que une el cielo con la tierra, lo sagrado con lo profano, es representación de una gran alianza, símbolo del pacto de amor entre Dios y la Humanidad, encarnada ésta por el Pueblo Elegido la noche de su liberación, el decimoquinto día del mes lunar de Nissan, día de la pascua judía. Ese pacto es ratificado por Cristo, por lo que la misteriosa Luna representa también una gran hostia, ágape de la nueva alianza que se ratifica en el definitivo sacrificio de la cruz, el día de la pascua cristiana, conmemorada en España con una exuberante y variada iconografía, expresión de la religiosidad popular que, saliendo de los lugares habituales de culto, éste se teatraliza en la calle, sacralizando los lugares habitualmente profanos.

Entre las escenificaciones religiosas de la Pasión en Extremadura, elijo tres, por su intimismo, por su fervor, por su emoción, por su austeridad…, tres Vía Crucis con sus características comunes y sus diferencias, que tienen lugar en: Valverde de la Vera, Peraleda de San Román y Badajoz.

A muchos sorprende o no caen en la cuenta, que los empalaos de Valverde de la Vera, lo que realizan es un Vía Crucis, un camino de oración y meditación de la pasión y muerte de Jesús; el Vía Crucis no se evidencia en este caso por varios motivos entre los que destacan el que no se recen en alto las tradicionales estaciones y que no se vaya en ordenado grupo procesional, sino que este acto de piedad se realice individualmente, recorriendo de madrugada las cruces de cantería que salpican el pueblo sin ningún orden aparente. Esa evidencia es clara en el Vía Crucis realizado en Peraleda de San Román, donde un grupo de personas, la casi totalidad de los que asisten a la misa matutina y otras que se unen al acto, procesionan desde el atrio la iglesia, donde se encuentra la primera cruz de piedra, portando un Cristo con la cruz a cuestas y rezando las clásicas estaciones previamente repartidas entre los asistentes, ante las cruces que se extienden hasta las afueras del pueblo. También es peculiar el caso de la procesión del silencio del Cristo del Prendimiento en Badajoz, rezándose el clásico Vía Crucis en medio del recorrido procesional, en la Plaza Alta, donde se colocan alrededor del paso, cruces de maderas portadas por algunos penitentes, iluminadas éstas con pebeteros, que junto con el sahumerio de las andas, desprenden aromas de oriente, consiguiéndose un conjunto de plasticidad sobrecogedora

Desde el punto de vista de la participación, decir que los empalaos realizan el Vía Crucis individualmente, es verdad sólo en parte, pues van acompañados, en primer lugar por el cireneo que, arropado con una manta, le sigue para iluminarle con un farolillo, y a su alrededor un abigarrado grupo familiar parece protegerlo de curiosos y fotógrafos; así, a partir del empalao se va generando un grado de implicación que llega hasta la participación como espectador, numerosísimos éstos por la gran expectación que el acontecimiento provoca. El empalao, ante tal muchedumbre, guarda su anonimato y cubre su intimidad con un velo. En el caso de Peraleda de San Román, la intimidad queda en el propio grupo, pues la participación es casi igualitaria (salvando los lectores, portadores de los brazos de las andas, sacerdotes y acólitos) y la vestimenta no es la de penitente sino la habitual de un día de fiesta.

Otras notas para un estudio comparativo de estos tres eventos son: el motivo de la participación, tal vez una promesa, u otras causas más o menos profundas; la existencia o ausencia de reglamento escrito y de algún tipo de asociacionismo o cofradía; el lugar de salida, una casa particular o la iglesia; y el ritual escrito o tácito que se sigue, como la genuflexión de dos empalaos cuando se encuentran.

Por último, destacar los sonidos en medio del respetuoso silencio: En Peraleda de San Román los monótonos susurros de las oraciones junto con el sonido de la naturaleza emergente en una mañana de primavera; y, la Luna llena como testigo, en la noche verata escuchamos el tintineo de las vilortas de hierro que al empalao le cuelgan de los brazos, éstos extendidos y ensogados a lo largo de un timón de arado; en la madrugada pacense las órdenes se darán a toque de campana que escucharemos junto con el rítmico sonido de las horquillas golpeando el suelo de los portadores del paso del Cristo del Prendimiento.



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