“En el zoco de los
curtidores, el interés técnico sobrepasó la satisfacción estética. Desde la
entrada nos acometió, agresivo, un hedor incalificable, un olor a podredumbre,
que despedían conjuntamente los distintos baños: los de quitar los pelos, los
de curtir, los de teñir, los de aclarar, qué sé yo más. El olor era espantoso;
el suelo, también, grasiento y sucio que daba gusto. En la planta baja, una
docena de depósitos servían para el curtido; en uno de ellos, un hombre con las
piernas y los brazos desnudos, a pesar del frío incisivo, metido hasta la
rodilla en el líquido negro y hediondo, raspaba las pieles para quitarle los
pelos. /…/ Arriba, pues, había otra tanda de depósitos, también una docena,
donde se teñían las pieles, que salían de los baños con hermoso y vivo color
amarillo, ese amarillo que tanto luce en las babuchas “fassi”. Desde las
azoteas pudimos divisar otros talleres vecinos donde otros artesanos hollaban
en unas cubas llenas de tintorro la extraña vendimia de sus pieles purpúreas.
Luego, todos esos cueros se ponían a secar en las azoteas, donde hacían grandes
y caprichosas manchas bicolores sobre las paredes blancas de la vieja ciudad. Es
este un espectáculo extraordinario, irreal, que me recordó el principio del Satyricon de Fellini. /…/ talleres
donde en pleno siglo XX siguen curtiendo las pieles como lo hacían diez siglos
ha unos moros más desdichados que los esclavos en la antigüedad”.
De “El collar de la
Península” - Georges Demerson
El que fuera consejero cultural de la embajada francesa en
España, Georges Demerson (hispanista especializado en el extremeño de Ribera
del Fresno, Juan Meléndez Valdés), fotografía con palabras en “El collar de la
Península”, las emociones que yo humildemente intento trasmitir con
fotografías. Su lema, el lema de la generación del 98, “andar y ver”, intento
hacerlo mío.
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